lunes, 26 de febrero de 2007

Mis queridas anteojeras

A veces me sorprenden esas pequeñas verdades que te pegan de vez en cuando si no estás mirando; por ejemplo, te estás despertando de un sueño reparador, y se te cruza un dilema: Qué es, exactamente, la realidad? Cómo la definimos? Y la respuesta (que casi siempre viene antes de la pregunta) es aterradora: Nosotros definimos la realidad por lo que los demás pueden ver. Brrrr! Yo no sé, pero a mí ese hecho, una de las cosas más simples que se te pueden ocurrir, un trozo de la vida, me da escalofríos de tan lógico que es. Nosotros sólo pensamos que algo es real si hay un consenso con nuestros prójimos; para que yo considere la idea de que este teclado está bajo mis manos y estoy mirando a un monitor, necesito quórum. Yo asumo que los demás están viendo lo mismo que yo, Lo cual me tranquiliza. La alternativa es inquietante.
Porque hace un rato estaba en una estación de servicio, donde entré a comprar algo, y salí con dos grisines bañados en chocolate; y había quedado con mis amigos en encontrarnos en un paquete de papas fritas vacío para ir a ver Apocalypto, la cual se trataba de un viajante de negocios que se transforma en polilla.
Ahora, yo, al menos lo que creo que soy yo, en el estado de vigilia que generalmente me caracteriza, considero que estaba durmiendo mientras todo eso acontecía. Y calculo que, bajo un cuidadoso cálculo comparativo, se trataba de un sueño. Pero mi inquietud es ésta:

Si yo ahora le preguntara a la persona a mi izquierda, con aire distraído, "disculpame, este cenicero que está acá... está acá?", y a esa persona se le ocurriera decirme "no te entiendo... qué cenicero??", creo que volvería a mi posición de repantigado en esta silla de plástico de la cual repentinamente empiezo a dudar, en un cyber de la calle 11 del que no podría asegurar su existencia, me callaría, y me volvería silenciosamente loco.
Pero por suerte, no necesito preguntar. Tengo un buen track record de percibir efectivamente todo lo que los demás perciben, y viceversa. La experiencia anterior se convierte en manta protectora, y yo puedo volver a la dulce seguridad cotidiana de no tener que dudar de mi propia cordura.
Espero.

4 comentarios:

Unknown dijo...

El problema es cuando no hay nadie para preguntar. ¿En qué se transforma la realidad? Cosas monstruosas que nos quieren agarrar y comer de a poco empezando por los testiculos. Entonces mejor no preguntar, porque si preguntamos corremos el riesgo de saber que era cierto. Pero a quién le vamos a preguntar, al mostro. Y el mostro que dice: pasame la sal macho, aunque ahora ya no se te puede decir macho...

La solución es: antes de que pase nada vomitar bolas de fuego verde por la boca y amarillas por el culo haciendo la vertical.

El Hibernante dijo...

El mostro está aunque no haya nadie para preguntar. Eso es lo peor de todo. El consuelo es que es tímido si hay gente.

Ignacio dijo...

La esquizofrenia está muy subestimada... El gran engaño del Sistema es que logró hacernos creer que los que perciben otra realidad están locos (además funciona como válvula de escape: ante cualquier asomo de percepción distinta, la inevitable autopregunta, ¿no estaré volviendome loco? ¿qué hay de tan valioso en el consenso perceptual, maxime cuando no hay ninguna garantía de que sea verdadero?

En otras épocas un poco mas supersticiosas había otras opciones para denominar la rebeldía perceptual: santidad, misticismo, brujería y, por qué no, magia.

Rafa Franco dijo...

Aguante Saulo de Tarso